Hombres, emotividad y transformación social

La masculinidad en los hombres responde a patrones sociales y culturales, es decir, que es básicamente aprendida. Sin embargo, para la gran mayoría de las personas, la forma de ser hombres en nuestra sociedad es una cuestión natural; propia de la condición de ser biológicamente hombres. Romper con esta idea puede implicar una fuerte y urgente transformación social.

Masculinidades y violencia

Las sociedades machistas establecen para los hombres, desde niños, el mandato del ejercicio del poder entendido como control, dominio y superioridad. Este puede expresarse en diversas formas de violencia que se dirigen hacia las mujeres (violencia de género), hacia otros hombres y hacia sí mismos: femicidios o el asesinato de mujeres a manos de compañeros o excompañeros sentimentales; violencia intrafamiliar; homicidios asociados a conflictos de diversa índole entre hombres; una serie de conductas de riesgo para su salud y su vida y una alta tasa de suicidios en comparación con la de las mujeres en nuestro país, entre muchas otras.

Estas formas de violencia tienen un alto costo económico para el Estado en términos de la cantidad de instituciones vinculadas en su atención, pero más aún un altísimo costo social, visto en términos del malestar social, el sufrimiento y los índices de mortalidad asociados. Al ser las masculinidades producto de un aprendizaje, pueden ser desaprendidas como parte de una revisión profunda que pretenda responder a la interrogante de cómo construir masculinidades no violentas, igualitarias o positivas, en las que el significado del poder radique más bien en la capacidad de los hombres de ser sensibles, empáticos y solidarios: hombres que asuman el derecho a una paternidad profundamente afectiva; que asuman la corresponsabilidad en las labores domésticas; que establezcan relaciones con quienes les rodean en términos de respeto e igualdad durante el diario vivir en todos los ámbitos en los que se desenvuelvan. Se trabaja internacionalmente con grupos de hombres en estos y otros objetivos, y los resultados son muy esperanzadores.

Emotividad e inteligencia emocional

Íntimamente relacionado al mandato del ejercicio del poder antes descrito, está el que establece que los hombres, también desde la infancia, deben diferenciarse de las mujeres y de lo femenino. En nuestras sociedades machistas, lo masculino y lo femenino se conciben como categorías opuestas y excluyentes, ocupando las mujeres y lo femenino un lugar de supuesta inferioridad.

Por esta razón, a los niños desde edades tempranas se les condiciona para que no expresen sentimientos como ternura, miedo o tristeza, pues son considerados “femeninos”. La represión de estos y otros sentimientos afecta directa y negativamente el desarrollo de la inteligencia emocional, entendida como la capacidad de reconocer los propios sentimientos, saber qué los origina y cómo actuar asertiva y consistentemente ante estos. La inteligencia emocional es la base para el desarrollo de las habilidades necesarias para el establecimiento de vínculos sanos, productivos y profundos en los hombres, de las capacidades requeridas para desarticular el ejercicio de la violencia. Es de suma importancia realizar un abordaje a fondo desde el Estado y la sociedad civil sobre la educación emocional que los hombres reciben desde niños, y el impacto que tiene en todos los ámbitos y etapas de sus vidas y de las de quienes les rodean.

La urgencia de políticas públicas

Lo expuesto justifica la urgencia de  políticas de Estado que desde diferentes sectores y de forma articulada aborden esta temática, vinculadas y consistentes en términos de enfoques con aquellas otras que tienen como objetivo la ansiada igualdad real o sustantiva de las mujeres en nuestras sociedades. Se debe hacer partícipes a los hombres, desde niños, del proyecto de construir una cultura de paz; del que los hombres jóvenes y adultos también podemos y debemos ser parte. Quienes trabajamos con hombres reflexionando sobre nuestras masculinidades, sabemos del malestar y el costo propios de estar cautivos en masculinidades machistas, y de las grandes ventajas, ganancias y satisfacciones que implica recuperar la emotividad en la relación con nosotros mismos y con quienes nos rodean, de comprometernos con la labor de aportar a la construcción de una sociedad igualitaria y pacífica.

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http://www.laprensalibre.cr/Noticias/detalle/120678/hombres,-emotividad-y-transformacion-social

Afirmaciones de personas religiosas que han comprendido el significado del respeto como principio básico para la convivencia

1. Así como yo tengo el derecho a elegir y profesar un credo religioso, y exijo que se me respete, el resto de las personas que conforman la humanidad también lo tienen.

2. Entiendo que la necesidad de percibir mi religión como “la verdadera” entre tantísimas, y de que las demás personas deban asumirla como tal, es una señal de autoritarismo, soberbia y una disminuida empatía; que debo reflexionar sobre el origen de estas actitudes y si me facilitan el camino hacia la espiritualidad.

3. Aunque lo anterior lo justifique en una profunda o intensa sensación o experiencia religiosa, debo considerar que existen otras no menos legítimas y que bien pueden partir de visiones de mundo diferentes a la mía. Entiendo que debo ser humilde, cauto y estar siempre en disposición de aprender de las demás personas.

4. Reconozco que pretender que mi religión sea la del Estado, o que el ordenamiento jurídico de mí país se fundamente en ésta, es un atentado contra la dignidad y los derechos humanos de las personas que profesan otros credos religiosos y otras visiones de mundo.

5. Acepto mi tendencia a que sean otras personas las que me ofrezcan verdades acabadas para mis grandes interrogantes existenciales y recetas universales sobre cómo debo vivir mi vida. Pero también asumo mi inmensa capacidad para aprender por mi cuenta, explorar las dimensiones de mi propia humanidad, sacar mis propias conclusiones y vislumbrar el camino que me hará avanzar en mi búsqueda espiritual.

6. Comprendo que mi libro sagrado de referencia es también un libro histórico, propenso a múltiples interpretaciones y que en no pocas ocasiones es utilizado para los más oscuros intereses. Esto me hace ver la necesidad de una lectura crítica, renovada; enriquecida con interpretaciones desde diferentes ángulos y posturas teológicas; que me abra nuevos caminos para transitar en mi búsqueda.

7. Puedo profesar mi credo y generar una visión de mundo sin que el resto de la humanidad tenga que pensar y actuar igual que yo, sin tener que oponerme, juzgar o condenar.

La verdadera amenaza a la vida y la familia en Costa Rica

Desde siempre ha habido personas LGBTI (lesbianas, gais, bisexuales, intersexuales, transgénero) en nuestra sociedad. Si significaran algún peligro o amenaza, me parece que hubiera quedado evidenciado desde hace muchísimo tiempo. Desde la marginalidad a la que les ha sometido el resto de la sociedad, han desempeñado todos los roles posibles, y han aportado exactamente igual al desarrollo del país. Tengo amigos y amigas LGBTIQ a quienes quiero y admiro profundamente, a quienes considero mi familia.

¿Por qué los derechos de la población LGBTI y una educación de la sexualidad laica e inclusiva, que aborde temas como la orientación sexual y la identidad de género son considerados una amenaza para la familia y la vida? La familia es un grupo de personas vinculadas mediante el cuido y crecimiento mutuos, en el plano más amplio del amor. El modelo oficial padre-madre-hijos(as) es tan solo uno de tantos que puede haber. No hay nada de malo en las familias no oficiales si los vínculos que articulan las relaciones entre quienes las conforman son de respeto, igualdad y amor.

Quienes “defienden” la vida y la familia, lo hacen desde dogmas religiosos y otras posturas profundamente patriarcales, misóginas, excluyentes y discriminatorias hacia la población LGBTI. Diversos estudios demuestran que las sociedades patriarcales funcionan con base en el establecimiento de relaciones desiguales de poder, que con facilidad se traducen en múltiples expresiones de abuso y violencia al interior de las familias: violencia contra las mujeres (física, sexual, patrimonial y psicológica), contra niños(as), adolescentes, personas adultas mayores. En Costa Rica, se cometieron 24 feminicidios en 2016, pero no se vio a los grupos «pro vida y pro familia» manifestarse.

La violencia machista sí es una verdadera amenaza para la vida y las familias en Costa Rica.

Durante años trabajé como psicólogo en la Clínica de Atención del CIPAC, que recibía a personas LGBTI. Ahí tuve la maravillosa oportunidad de constatar, durante cientos y cientos de horas de trabajo, que no hay absolutamente nada malo, anormal, perverso o inmoral en relación con su orientación sexual, identidad y expresión de género; pero que lo que sí puede calificarse como tal es el odio, el desprecio, la discriminación y la violencia contra estas personas. También, pude determinar el profundo daño y sufrimiento que esta fobia social puede provocar en estas personas, de cómo atenta contra sus derechos más fundamentales y su dignidad.

Me cuesta comprender cómo tantísima gente que habla de amor al prójimo como un principio fundamental de su credo, es incapaz de experimentar la mínima empatía; de por lo menos informarse y reflexionar a fondo sobre sus actitudes y estereotipos. Pero bueno, una cosa es hablar de amor al prójimo y otra sentirlo genuinamente.

De mi paso por el CIPAC, aprendí que la orientación sexual, la identidad y expresión de género nos hace simple y asombrosamente diversas a la personas, y que es mucho más lo que nos identifica y hermana que lo que nos hace distintas. Somos profundamente iguales en lo primordial, congéneres en búsqueda de otorgarle un sentido a nuestro paso por este lugar.

Cuando participo en la Marcha de la Diversidad, no son pocas las veces que me conmuevo. Tal vez porque en distintas situaciones de mi vida me he sentido marginado por alguna razón, me siento parte de ese espíritu, igual a todas aquellas personas que por diferentes motivos se atreven a decir: ¡aquí estoy, y exijo un mundo diferente para vivir! Siento en esos momentos que todas las personas somos una, y me embarga la certeza de que cada vez serán más las que se sumen al trabajo que hacemos desde nuestros diferentes quehaceres y causas por construir una sociedad más racional, pacífica y justa: por la vida y las familias en Costa Rica.

Hombres, emotividad y cambio

La dificultad para la vivencia de una emotividad plena parece ser un común denominador en la mayoría de los hombres que hemos crecido en sociedades machistas. La capacidad de ser sensibles y empáticos se encuentra por lo general muy disminuida. Sin embargo, los hombres no nacimos así; esta condición es resultado de la forma en que hemos sido educados desde niños, y responde a una serie de mandatos sociales: “los hombres deben ser fuertes físicamente y duros emocionalmente, racionales, deben hacer uso de un poder entendido en términos de mando y control sobre las demás personas,” entre otros.

Como consecuencia de esto, el enojo y diversas formas de violencia son legitimadas e incluso fomentadas en los hombres, al considerarse una expresión propia o natural de nuestras masculinidades. Es hora de que los hombres reflexionemos a fondo sobre este tema.

Masculinidad, poder y violencia

Desde las masculinidades machistas, se ejercen diferentes formas de violencia (psicológica, sexual, física y patrimonial) hacia las mujeres en múltiples ámbitos: de pareja, intrafamiliar, en la calle, en el trabajo; hacia niños, niñas y adolescentes; contra otros hombres y contra nosotros mismos.

Para comprender a fondo la violencia contra las mujeres, debe partirse del lugar de inferioridad en que históricamente éstas han sido ubicadas en nuestras sociedades. Esta percepción de las mujeres y lo femenino, produce que sean cosificadas y sometidas al poder masculino patriarcal. Por otra parte, en muchas formas de violencia contra nosotros mismos, está presente una negación de lo femenino; como cuando nos exponemos a situaciones de riesgo para afirmar nuestra virilidad, nos sobre exigimos a pesar del cansancio físico y emocional o cuando decidimos mantener bajo control y reprimir nuestros sentimientos a toda costa.

La negación y el rechazo de lo femenino en los hombres es un factor fundamental para comprender la dinámica del poder y la violencia en las masculinidades machistas.

Misoginia y homofobia: obstáculos para la emotividad

La misoginia es el rechazo y desprecio aprendido hacia las mujeres y lo femenino. Muchas de las emociones y roles tradicionalmente considerados propios de las mujeres, son precisamente los que son reprimidos en los hombres: el dolor, el miedo, la ternura, el cuido, la nutrición, la crianza desde la afectividad, las expresiones espontáneas de amor y de cariño. A su vez, la homofobia es el miedo y desprecio aprendido hacia los hombres gais. Predomina en el imaginario social la idea incorrecta de que éstos desean ser mujeres o renunciar a su masculinidad, por lo que se les ubica en el lugar de éstas y de lo femenino.

Con base en lo anterior, es fundamental hacer un par de aclaraciones. Además de partir de que no hay tal inferioridad de las mujeres ni de lo femenino, tampoco existen sentimientos propios de las mujeres ni de los hombres; sino sentimientos humanos. Por otra parte, desde el punto de vista científico, aunado a que no se ha encontrado nada que esté mal con las personas gais, se ha visto que la orientación sexual de una persona no está en función de los sentimientos que se le permita sentir y expresar o no durante la infancia o el resto de la vida.

Lo que se puede afirmar desde esta perspectiva, es que la amplitud del mundo emocional, la capacidad de experimentar, apropiarse y expresar sentimientos por parte de los niños varones es clave para el pleno desarrollo de su personalidad, pues está en estrecha relación con la posibilidad de desarrollar una serie de habilidades (inteligencia emocional) que les permitirán orientase de forma más auténtica y asertiva en los diferentes ámbitos de sus vidas. Los hombres, desde niños, tenemos el derecho a la emotividad.

El poder de la emotividad en los hombres

La emotividad es un potente medio para desarticular los mecanismos machistas vinculados a la violencia. El desarrollo de la sensibilidad y la empatía, es decir, la capacidad de ponernos en el lugar de las demás personas y su vivencia, crea las condiciones para el ejercicio de una forma alternativa de poder que descanse en la posibilidad de vincularnos con quienes nos rodean y con nosotros mismos en términos de respeto e igualdad. No hay riesgo alguno para los hombres en la emotividad, por el contrario, ésta implica la oportunidad de convertirnos en personas más capaces, plenas y lúcidas; y con el poder para impulsar el cambio.